lunes, mayo 15

La Torre Oscura IV: Stephen, por el amor de Dios... la novela romántica no es lo tuyo


(En la versión para pantalla grande tú no me acribillas, mocoso...)

ATENCIÓN: MUCHOS SPOILERS. A MENOS QUE NO TE IMPORTE LA VIVISECCIÓN DE UN PETARDO DE LIBRO, NO SIGAS A PARTIR DE AQUÍ.

La verdad por delante, no todo resulta un manual de cursilería digno de Corín Tellado. Las primeras páginas son bastante buenas, pero ello se debe a que continúan donde terminó The Wastelands, uno de los mejores relatos de aventuras que haya escrito King en su vida. Para no entrar en demasiados detalles, apuntar que los protagonistas se encuentran a merced de Blaine, "demonio" y auténtico cabronazo dispuesto a aniquilarlos si no participan en su mortal concurso de adivinanzas.

Superada la confrontación, el grupo de elegidos ka-tet (Eddie, Susannah, Jake y el pistolero Roland), deambula por un desolado estado de Kansas alternativo, destruido al parecer por una epidemia. Sobre este lugar, junto a una vieja carretera repleta de vehículos abandonados, es donde Roland elige dar inicio al relato de su azarosa búsqueda de la jodida, mil veces maldita, Torre Oscura. Días lejanos cuando nuestro héroe y otros dos imberbes muchachos abandonan su madre patria, Gilead, para adentrarse en el Salvaje Oes... Mundo Medio.

ROLAND BEGINS: PEÑAZO QUE NO SALTA UN NO PAYO

Además de Cuthbert y Alain, infinitamente menos interesantes que sus actuales compañeros, se dan cita otros tres roles que marcan a fuego los primeros pasos de Rolando. Por orden de aparición, como en las películas: Eldred Jonas, el malnacido bastardo némesis del protagonista, gotoso de una pierna, bigotazo y largos cabellos plateados. De ahí que tuviera en mente a Lee Marvin, cuya foto encabeza esta entrada, mientras bostezaba leyendo. Casi a continuación, aparece Rhea de Cöös, la brujita avería de los cupones de navidad, con bola de cristal, gato mutante de seis patas y el chiribiqui más seco que una pasa salvo cuando se humedece al maquinar maldades, jijji... Por último, el verdadero cáncer de esta trágica historia, por demás aburrida y previsible hasta el hartazgo: la señorita Susan Delgado.

En efecto, se trata del interés romántico de Roland, que aúna en su ser todos los tópicos de los protagonistas femeninos pluscuamperfectos. Qué cosa más insufrible, rediós. Página tras página, tras página, para contar con pelos y señales algo que sabemos cómo terminará (muy mal, loada sea la Torre) desde el primer minuto. Gracias, Stephen. Nos ha quedado clarinete que esto no es lo tuyo, y aquí rindo homenaje a Santiago Bergantiños -del blog La Realidad Estupefaciente- con uno de sus mantras: Manolete, si no sabes, pa qué te metes.

(Susan Delgado, florero casi perfecto. Años después vi a Evan Rachel Wood en la serie Westworld y me pareció un calco crecidito del personaje de King)

Con lo que tenemos media docena de personajes para la friolera de ¡novecientas! estiradísimas páginas, pues todos los demás no pasan de mero atrezo del polvoriento lugar frecuentado por héroes, villanos, víctimas y verdugos. El pueblo de frontera como escenario, ya visto en la primera parte de la saga, y la comunidad cerrada con su sempiterna desconfianza hacia los forasteros, tan frecuentada por el autor a lo largo de su obra. Para King, la novedad es cambio, y el cambio nunca es a mejor.

Pero nada fluye en esta novela como debería. Ni Jonas es un rival digno del pistolero, ni la mefistofélica hechicera aporta gran cosa a la trama salvo hacernos añorar personajes como la perturbada Annie Wilkes de Misery... ni por supuesto el sublime amor de Roland, Susan, importa un comino porque no parece creíble. Y se nota demasiado que su participación está ahí para cimentar el carácter cínico y descreído del protagonista, que casi enloquece al enterarse de la ejecución de su amada en la hoguera y no haber podido salvarla. Otras novelas, como la excelente 22/11/63, ofrecen una coprotagonista sólida y con personalidad propia, autonomía o, por lo menos, su funcionalidad no resulta tan evidente.

EPÍLOGO: MAGO DE OZ DE HACENDADO

Los polvos del pasado en Mundo Medio se desvanecen, mientras retornamos al Mundo Final del Roland maduro en Kansas. La carretera termina a las puertas de un inmenso palacio color esmeralda. Por desgracia, de la mediocridad de las hazañas de juventud no se libra ni el desenlace en tiempo presente, que cierra cabos con la tercera entrega de manera muy poco afortunada, haciendo guiños a Dorothy en el camino de baldosas amarillas. Llegamos a este punto aliviados de que el puñetero libro termine, maldiciendo el haber sido completistas con un cuarto episodio que no solo no suma, sino incluso resta y supone un bajón de calidad con respecto a los anteriores. Pero en este blog somos así: puntillosos y críticos con conocimiento de causa.

Hasta el extremo que ahora estoy releyendo Salem's Lot, únicamente porque en la quinta parte de La Torre Oscura (o eso promete la contraportada) sale también el padre Callahan: secundario carismático al que los vampiros que asolan la población de Jerusalem's Lot mandan al otro barrio, esquina octavo círculo del infierno, pero lo que para nosotros sería la Divina Comedia, Roland lo llama hogar. Así se las gasta el Clint Eastwood del multiverso.



sábado, julio 2

STAR WARS (episodios I, II y III): ¿República para qué...?



Hoy día, las películas de Star Wars tienen la consideración de cualquier otra cinta de multisalas en que las cuentas tienen que cuadrar para facturar la siguiente entrega. No siempre fue así, con unos comienzos, si no modestos, todavía bastante lejos de los descomunales beneficios actuales. Se podría afirmar, incluso, que la peripecia galáctica de George Lucas empezó como cine aventurero de autor. Continuó surcando el cosmos, esquivando los meteoritos arrojados por el fan indignado hasta que, finalmente, acabó estrellándose sobre un planeta de billetes con la cara de Mickey Mouse, al vender los derechos a la compañía del ratón por la morterada padre.

Sin embargo, las nuevas generaciones de cineastas, directores y guionistas no han cumplido -ni cumplen, ni probablemente cumplirán- lo que se esperaba de ellos. Llevamos hasta ahora cinco películas bajo la batuta de Disney y, salvo hallazgos fortuitos de muy escaso recorrido, la sensación general es de una mediocridad aplastante: de contenido, de ideas, de sentido de la aventura, de imaginación... de todo.

LOS ORÍGENES DE STAR WARS: EPISODIOS IV-V-VI


De esta primera trilogía, que empezara en el muy muy lejano 1977 sin visos de continuar, se ha escrito de todo, así que no me detendré demasiado en analizarla. A todo el mundo le resulta familiar el comienzo "in media res", con la nave diplomática perseguida implacablemente por el inmenso destructor imperial; la fuga de la pareja de androides; la llegada al desértico Tatooine; etc. En este planeta insignificante en el borde de la galaxia comienzan las peripecias de la familia Skywalker. Humildes granjeros de humedad que no se meten en política y van a lo suyo, intentando ganarse la vida en mitad de ninguna parte.


La primera dialéctica que plantea Lucas es precisamente entre esta “gente de frontera” y el malvado imperio, en una reivindicación del espíritu pionero, de los colonos del Far West y demás buscavidas que no quieren saber nada de la perversa civilización que representan Darth Vader y los stormtroopers. Ahora bien; existe una fuerza benigna, una Rebelión, que apuesta por un orden galáctico mejor y más humano en el que la Verdad, la Justicia y la Democracia se impongan a la tiranía...


...pero el emperador Palpatine mantiene la galaxia unida a través del miedo, y su arma secreta y fuente de poder disuasorio es la colosal Estrella de la Muerte, con capacidad para hacer explotar un planeta de un solo disparo. Si esta formidable arma de destrucción masiva resultara neutralizada, el Bien estará más cerca de la victoria.


Lucas no necesita más elementos para dar forma a su poema épico, ni tampoco los echamos en falta. Estas películas, no siempre perfectas, ofrecen una gama de sentimientos y emociones primarios, de avances técnicos en forma de imágenes y sonidos imposibles, de sentido de la maravilla como pocas veces se ha visto en una pantalla. Mosquea bastante que ahora Disney, a la que se lo han dado todo hecho, venga adjudicándose el mérito de no se sabe muy bien qué. ¿Ganar mucho dinero? ¿Meter atracciones de Star Wars en Disneylandia...?


Porque antes de los últimos episodios, se hicieron otras tres películas sobre el mismo universo, las -muy- criticadas precuelas. Y las comparaciones son odiosas, como mínimo en cuanto al contexto sociopolítico y cómo este influye en la historia que se pretende contar. La visión de Lucas, su descripción de una democracia en decadencia, aunque rudimentaria, es infinitamente más valiosa que los pobres intentos de J.J. Abrams y Rian Johnson por resucitar a Luke y su cadavérica rebelión. Nunca sabremos qué habrían hecho otros cineastas más valientes y originales. Conocemos, no obstante, lo que hizo Lucas. Y sus críticos, también; mal que les pese.





EPISODIO I: LA AMENAZA FANTASMA


Paradójicamente -o no tanto-, lo que amenaza la república galáctica es una de sus principales instituciones: la federación de comercio. Sin especular demasiado, podemos deducir que el territorio a controlar por la administración republicana es tan enorme que necesita delegar parte de su poder en corporaciones y entes autónomos, para realizar funciones tan básicas como recaudar impuestos. Eso explicaría por qué la federación dispone de una fuerza bélica disuasoria contra todo aquél que no cumpla con el fisco. A partir de ahí, las derivadas pueden ser infinitas: sobornos, abuso de poder, canales múltiples de influencia política y, finalmente, un pequeño estado dentro -y al margen- del estado republicano, al que debería fidelidad solo en apariencia. Y en este contexto hacen su entrada dos embajadores jedi del Canciller Supremo, enviados por la república para dialogar… consigo misma.


¿Qué papel juega el Consejo Jedi en una suerte de estado galáctico en el que impera la corrupción administrativa por doquier? No solo por mantener delegaciones en franca rebeldía contra la república misma; también por permitir la existencia de clanes mafiosos en sistemas estelares periféricos (los Hutt de Tatooine), contrabandistas como Han Solo, traficantes de drogas (un camello llega a ofrecer mercancía a Obi-Wan antes de que este lo despache jocosamente en el episodio II) y hasta oscuros cazadores de recompensas al servicio de intereses todavía más oscuros. No se puede decir que esta república burocratizada, que encima cede toneladas de soberanía a cambio de nada, sea un dechado de buen gobierno, por lo que los honorables, incorruptibles y absolutamente neutrales caballeros jedi constituyen una rareza. La insurrecta federación decide acabar con los embajadores que amenazan sus intereses en Naboo, planeta menor y uno de tantos extorsionados a nivel impositivo.


Pero hete aquí que escapan sanos y salvos, porque son muy poderosos. La república sigue siendo muy poderosa, al menos en esta primera entrega. Sus cimientos todavía no están socavados del todo, tarea a la que los villanos se encomendarán, con armas y bagajes, a lo largo de esta trilogía. Y usarán en su beneficio la principal flaqueza de los jedi, talón de Aquiles que comparten con la democracia que defienden: creerse infalibles. La arrogancia del justo, del condescendiente. ¿Cómo concebir la existencia de alguien tan astuto para subvertir las reglas del juego democrático en provecho propio? ¿Y en nuestras narices? ¡Por favor! ¡Si la democracia es infalible, no se equivoca nunca! Lo sabe todo el mundo, ¿no...?





EPISODIO II: EL ATAQUE DE LOS CLONES


Pues no. La democracia no es perfecta. No existen hombres perfectos, ni sistemas perfectos creados por el hombre; solo existen ideales de verdad, justicia y democracia perfectos. En esta entrega, ambientada 10 años después, observamos cómo la semilla plantada por la federación ha dado sus frutos en cuanto a progresiva degeneración del gobierno republicano. Nada más empezar la película y alejarse las letras en el vacío, se produce un atentado contra la senadora Amidala, que sale ilesa a costa de la muerte de varios miembros de su séquito. Lo que antes se hacía a través de subterfugios y fuera del foco, ahora se hace a plena luz. ¿Para qué silenciar la oposición a base de impuestos o derrotas en los tribunales, cuando puedes acabar con ellos de un bombazo? La dialéctica entre rivales por el poder se hace más corpórea. Uno puede llamar a estas facciones jedis o caballeros sith, fascistas o antifascistas, eso da igual. Son solo palabras. Lo que de verdad importa, es que en la oposición y el olvido se pasa mucho frío.


Para su protección, Amidala es escoltada de vuelta a Naboo, acompañada esta vez de Anakin Skywalker, un verso suelto dentro del ecosistema jedi. En la conversación más interesante de la película, y puede que de la trilogía, Skywalker argumenta que la democracia que representa el Senado no funciona, que la gente protesta por todo y muchas veces incluso contra sus propios intereses. Amidala replica que el pueblo tiene derecho a equivocarse, en eso consiste ser un demócrata, pero Anakin reincide en su pragmatismo de no dejar las decisiones más importantes en manos de incompetentes. Se necesita un liderazgo fuerte y sabio, y el que no esté de acuerdo, a esparragar, a coger amapolas al campo de Naboo esquina ciudad submarina de los Gun-Gan. La senadora lo deja correr, quizá porque resta importancia a la impulsiva y pasajera fiebre autoritaria de su futuro marido, quizá porque considera inconcebible que un sistema como el republicano pueda engendrar el veneno de la dictadura.


Sea como fuere, la opinión de Skywalker no surge de la nada o del vacío del espacio profundo, sino que presenta una correa de transmisión con una realidad material: La verdad hay que mimarla para que no decaiga. La justicia hay que ejecutarla en tiempo y forma. Y la democracia, en fin, hay que defenderla a sangre y fuego. Con sangre de inocentes. Con fuego nuclear. Una democracia que se autoengaña sobre esto es solo una cosa amorfa que hay entre dos dictaduras. Es lo que pasa por confundir la ética con la política, facilitando así el ascenso de Palpatine. Pero dejemos eso para el último episodio.





EPISODIO III: LA VENGANZA DE LOS SITH


En esta entrega, la más espectacular y emocionante de la trilogía, quiero dar un salto hacia delante y llegar a la parte más dramática, cuando un renegado Skywalker asalta el templo Jedi y arrasa con todo para defender la república de sus antiguos compañeros de armas (en realidad para entregarle el imperio en bandeja de plata a su nuevo amo Palpatine). Recuperemos la idea de que la ética debería ir de la mano de la política, y a veces ocurre así, pero otras están en puntos opuestos del escenario. Un buen ejemplo lo encontramos en los aprendices de jedi asesinados por los sith: enviar chiquillos al matadero no es ético y, por tanto, no es una política deseable para las democracias liberales... salvo cuando está en juego la supervivencia del estado. De poco sirve la superioridad moral si sales derrotado en el tablero político.


La perdición del régimen republicano fue pensar que con eso bastaba; que mientras el edificio moral se mantuviera en pie, las condiciones materiales se arreglarían por sí solas, pero hemos visto que esto es un idealismo, y lo que verdaderamente funciona es todo lo contrario. Podemos permitirnos el lujo de un poquito de ética en nuestras vidas siempre que se den las condiciones materiales para ello. No hay ética sin política, pero puede haber política sin ética.


A modo de conclusión, decir que el contexto de estas tres películas va bastante más lejos que la fantasía épica de la primera trilogía, e infinitamente más allá de la fantasía random de la última trilogía, en la que no se entiende absolutamente nada sobre la dialéctica del poder ni tampoco nos interesa lo más mínimo, porque son buenos muy buenos y malos muy malos en compartimentos estancos, flotando en la nada.


En cambio, la caída de Anakin y la transformación de su mundo en el imperio galáctico son producto de una dialéctica entre concepciones del poder que actúan como motor de cambio y, quizá, progreso. Queda para la reflexión personal si la política del emperador Palpatine supuso un avance material con respecto a la anterior etapa republicana y democrática. Desde luego bajo su mando la soberanía imperial no se regala. Y en los astilleros espaciales tampoco faltaría trabajo. No es demócrata quien quiere, sino quien puede.







lunes, junio 6

DUNE (libro I): estancamiento y revolución

 


"El concepto de progreso actúa como un mecanismo de protección destinado a defendernos de los terrores del futuro"

Hay una serie de temas de los que me gustaría hablar en esta crítica. Espero no dejarme nada importante en el tintero, ni tampoco extenderme demasiado hasta hacerla soporífera.

Antes que nada, decir que la traducción al castellano a cargo de Domingo Santos me ha parecido estupenda. Doy fe que una mala adaptación al idioma que solemos leer, si no fastidia, puede hacer perder puntos al material de base, y aún más en un género tan necesitado de conceptos abstractos como la ciencia-ficción. Recuerdo el caso de la impresionante Hyperion, cuya edición de bolsillo de byblos resultaba pésima, hasta el punto de sacarme de la trama por el esfuerzo en dar sentido a palabras confusas, o frases y signos de puntuación fuera de sitio. Y esto no pocas, sino demasiadas veces durante todo el libro. Por fortuna, no es el caso de Dune.

Esta novela se escribió en 1965 y, como todo comienzo de saga épica, se toma su tiempo en arrancar, hasta conseguir situar al lector en un contexto con el que se va familiarizando mientras la trama avanza. No he querido buscar información sobre las fuentes que inspiraron a Herbert, pero podemos imaginarlo devorando con pasión a Tolkien y a Isaac Asimov. Del primero, coge el penoso viaje del héroe a través de tierras ignotas y gentes desconocidas, cuyas extrañas costumbres se irán desvelando poco a poco. No obstante, Frank Herbert escribe de manera mucho más racional y depurada que el excesivo profesor de Oxford, sus formas son más ortodoxas, menos indigestas para el gran público. Como Asimov, Dune plantea una peripecia distópica, ambientada en el año 10.000 de nuestra era y que sigue a una humanidad esparcida por cientos de mundos, muy en la línea de la saga Fundación. También toma muchos elementos de organización política a escala galáctica, pero lo que en Asimov son meros apuntes para sostener la historia, en Herbert estos detalles están cuidados al máximo, con un sentido de la maravilla y una capacidad de sugerencia muy difíciles de igualar. Se entiende que una obra como esta pida a gritos su traducción a imágenes cinematográficas. Sin embargo, comprobaremos que esto no resulta tan fácil como parece.

Para empezar, los acontecimientos empiezan in media res, como Star Wars, pero Dune no es Star Wars: el imperio galáctico no va por ahí destruyendo planetas a la mínima de cambio y el protagonista no es un inocente granjero de provincias, sino el heredero de una gran casa, en disputa dialéctica contra otras casas más o menos feudales, y contra el imperio que tutela a todas ellas. La tercera pata de esta organización política la constituye la Cofradía, gremio de comerciantes, banqueros y transportistas aparentemente neutral, cuyo monopolio del viaje interestelar los convierte en imprescindibles para sostener el sistema. Y todavía más: este mundo futuro tiene una particularidad, inexplicablemente omitida en sus adaptaciones al cine, que lo hace tan especial y original. La renuncia del hombre al algoritmo, a todo uso de inteligencia artificial. El lema "no construirás una máquina a imagen y semejanza de la mente humana" es casi dogma de fe en todos los rincones del imperio. Tecnología amputada de manera lógica y prudente, tras haber sufrido en el pasado una funesta y casi fatal rebelión por parte de máquinas inteligentes.

Consideremos por un momento las implicaciones: sin el aceleracionismo evolutivo de las inteligencias artificiales, nuestros descendientes han progresado mucho más lentamente. Para preservar nuestra biología en un vacío cósmico absolutamente hostil a toda forma de vida terrestre, hemos construido vehículos a escala monstruosa. Los ordenadores y toda informática han sido reemplazados por la melange, sustancia con propiedades diversas, que van desde alterar el metabolismo aumentando la longevidad, hasta permitir que los navegantes interestelares puedan anticipar su ruta para evitar colisiones mientras se desplazan de una estrella a otra. Trasunto de las drogas expansivas de la percepción popularizadas en los 60s, la melange es la mercancía más valiosa del universo, y solo se obtiene del desértico Arrakis, más conocido como planeta Dune.

Este universo melangenómano, desprovisto de ayudantes artificiales, se encuentra tutelado por los Mentat y la hermandad Bene Gesserit. Los primeros, consejeros cuya habilidad de predicción anticipa con bastante exactitud el porvenir inmediato de aquellos feudos a los que sirven. La segunda, un culto compuesto en exclusiva por mujeres, cuyo cometido es asesorar también a las grandes casas, pero con planes y programas propios que pasan por la manipulación genética de la raza a través de varias generaciones. Todos estos poderes fácticos, casas planetarias e imperio galáctico, mentat y bene gesserit, confluirán en la misma encrucijada cósmica: aquella persona cuya mente resulte tan poderosa que pueda vislumbrar presente, pasado y futuro de manera simultánea, trascendiendo tiempo y espacio. El hijo del Duque Leto y Dama Jessica, por nombre Paul, de la casa Atreides.

Según wikipedia, la novela-río es una serie de volúmenes que, bien por retorno de los protagonistas, bien por sucesión de generaciones de los personajes originales, confluyen en el mismo punto, como los afluentes de un río. Me parece una definición incompleta, porque en algún momento concreto de este caudal interminable debe iniciarse la historia, aunque dicho inicio venga precedido de importantes acontecimientos, o estos vayan a ocurrir en el futuro. Y el comienzo de Dune no está escogido por casualidad: la humanidad se ha ofuscado en su propio estancamiento, en un ideal de progreso basado en el lento desarrollo de la mente biológica y contra la mente mecánica. Este continuismo volará por los aires con la irrupción de Paul Muad-Dib y su rebelión Fremen, pueblo guerrero de Arrakis. Contra el estancamiento de la especie, perpetuado por los arrogantes Mentat y las irresponsables Bene Gesserit, Paul Atreides es la fuerza reaccionaria que personifica el progreso verdadero. Para el autor, el progreso humano es como un ciclópeo gusano de arena del desierto arrakeno. Una fuerza imparable y violentísima, que no puede ser dominada sin comprenderse.

¿Son estos argumentos suficientes para elevar Dune a los altares del género? La ciencia-ficción casi siempre utiliza sus personajes como meros instrumentos al servicio de las ideas del autor, con o sin peripecias aventureras mediante. Esto se cumple a rajatabla en lo que a Dune respecta. No hay casi personajes cuyos conflictos merezcan nuestro interés a través de las numerosas páginas. Tampoco evolución de los mismos, salvo en los casos aislados de Muad Dib y del planetólogo imperial Liet Kynes. El primero por motivos obvios y el segundo, aunque excepcional por mostrarse siempre ambiguo en la disputa Atreides-Harkonnen, desaparece de escena demasiado pronto. Los roles femeninos no pasan de arquetipos al servicio de humanizar al protagonista principal, y los villanos, desde el propio Barón hasta su último sirviente, pasando por el heredero de la baronía, son todos morralla. Carne de cañón llevada al matadero de las hordas fanáticas fremen.

El poderoso y temido Barón Harkonnen acaba resultando un fantoche con la perspicacia de un mosquito, incapaz de imaginar siquiera que algo raro se cuece en las regiones inexploradas de Arrakis. Este punto supone también una considerable suspensión de incredulidad a la que Herbert nos somete para cerrar la función un tanto atropelladamente, pues cuesta bastante creer que una organización tan influyente y con recursos como la Cofradía haga la vista gorda a cambio de simples sobornos de especia. Tampoco es que merezca la pena tocarles en exceso las narices a los impredecibles hombres del desierto, para eso ya están los Harkonnen o la casa de turno que gestione oficialmente la explotación de melange, pero desentenderse así de los asuntos arrakenos supondrá luego un castigo severo. Soluciones narrativas que se podían haber cuidado más.

Y no tengo mucho más que decir, salvo por el detalle simpático que el antagonista atiende al nombre de Vladimir. Ironías del momento que vivimos y en el que escribo estas líneas.


domingo, diciembre 11

Homenaje a Edgar Allan Poe, por Dexter Bernaldez



En la habitación no había nada. En la casa entera no había nada… Salvo el Espejo. Era muy alto, del tamaño de una persona de elevada estatura, y estaba situado en el extremo del salón principal, sobre una pared desnuda. Se concentraba algo extraño a su alrededor, la atmósfera como enrarecida. El polvo flotaba en finas motas que ascendían en oleadas. La luz apenas se filtraba a través de unas tablas viejas sobre puertas y ventanas, ocultando el exterior. Por todas partes corrían ratas, ratones, cucarachas, grandes polillas… pero ningún animal moraba cerca del espejo, como si éste los espantara.

Había devuelto la imagen de todas las edades de la mansión. Vio nacer y florecer a generaciones de inquilinos y huéspedes. En concreto, fue testigo de la caída de Lord Manderly, el último noble que habitó entre aquellas paredes. Lord Manderly acostumbraba a despedir al servicio después de la cena, de modo que su esposa y él eran los únicos habitantes hasta el amanecer, momento en que cocinera y doncellas hacían uso de sus llaves.

También acostumbraba a emborracharse y maltratar a Lady Manderly. Las horas del crepúsculo eran aprovechadas para tal menester. Sin habladurías ni testigos, pues la mansión estaba muy aislada. Sólo el estoico espejo como mudo vigilante de las desdichas conyugales.

Una noche, en la que Manderly resultó especialmente violento, su esposa se arrastraba por el salón, desesperada, la cara y las manos sucias de sangre, el pelo desmadejado. Fue gateando, siguiendo un raro impulso, hasta llegar al espejo. El reflejo devolvió un rostro angustiado con el labio partido, lágrimas ardientes, desprecio ciego y sorda autocompasión. Su mano tocó el cristal, como pidiendo auxilio a través de una ventana imaginaria hacia un mundo inventado. Y sin embargo, pese a su escepticismo religioso, pese a su conocimiento de las leyes de la naturaleza, pese a todo lo que vemos, escuchamos y sentimos como verdadero y corriente… aquel mundo desconocido respondió a su plegaria.


La botella vacía descansaba sobre el regazo de Lord Manderly, sentado en su despacho frente a la lumbre y de espaldas a la puerta. Los últimos rescoldos iluminaban sus ojos enrojecidos por alcoholismo crónico. La botella cayó al piso con un ruido seco. Una campanada perezosa restañó en la lejanía. Ya no quedaban llamas sobre la leña muerta. Toda luz provenía ahora de la puerta y del interior de la casa.

Manderly despertó, cubierto de sudor frío. Algo se movía más allá de la vista: una sombra que caía sobre el sofá, la alfombra y la chimenea del fondo. Pensó en su mujer, en su compungida y muy dolorida mujer a la que tanto despreciaba, y se relajó. La sombra no se movió. Estaba a punto de volver a dormirse cuando un detalle captó su atención: el olor. Su esposa olía inconfundiblemente a jazmín, perfume que siempre había embriagado al Lord por ser el favorito de su difunta madre. La figura que lo acechaba, por contra, despedía un olor acre, como a sudor fuerte. Era un aroma desagradable. Manderly se incorporó hasta asomar la cabeza por un lado del sofá, espantando diablos azules en un vano intento por recuperar algo de sobriedad. Tan pronto como sus córneas enfocaron correctamente, palideció.

El hombre del umbral era grande, fuerte. Sin articular palabra, se abalanzó sobre Manderly, volcando el mueble que cayó con estrépito sobre la botella, haciéndola añicos. -¡Me está ahogando!- pensó desesperado el sorprendido noble, mientras el desconocido hundía las manos en su garganta. La presión lo abrumaba. El rostro del intruso tenía un labio roto, las fosas nasales bien abiertas, el gesto torcido en una mueca aterradora de loca satisfacción. Pero lo peor eran los ojos dementes, vagamente familiares, aunque Manderly desconocía el motivo de la familiaridad. Después de todo, era un detalle sin importancia comparado con su inminente muerte. Respondió con violencia y rapidez; su mano libre agarró un trozo de cristal de botella y, con aquella arma improvisada, rechazó a su oponente, rasgando carne en antebrazos y rostro. El grito del otro lo sacudió como una descarga eléctrica de alto voltaje. Manderly se meó encima: ¡ERA UN GRITO DE MUJER! La figura se levantó cubriéndose el rostro, en fuga hacia las impenetrables tinieblas de la mansión. Medio ahogado, sordo y con un susto de muerte, permaneció quieto sobre el suelo, mientras su corazón comenzaba a tranquilizarse.

Después de tan desagradable experiencia, el Lord se serenó lo suficiente como para buscar un candil y la escopeta de caza. Registró la casa de arriba a abajo, con tensión creciente por la ausencia de su esposa. No había ni rastro; tampoco del intruso misterioso. El salón principal, donde su mujer solía lamerse las heridas por negarse a ejercer sus deberes conyugales, también se encontraba vacío. Se disponía a marcharse para avisar a Scotland Yard cuando su mirada se detuvo sobre el Espejo. Lo inspeccionó más de cerca y encontró la huella ensangrentada de una mano. ¿Cuántos siglos acumularía el marco y el exquisito cristal veneciano? No estaba seguro. Localizó algo además de la sangre: una pequeña imperfección en el centro, algún tipo de viruta. Manderly observó con más atención. La viruta cambiaba ante sus ojos, formas que menguaban y se dilataban, formando rasgos, ojos, boca, nariz…

El rostro, recién construido, lo miró a su vez. Su corazón le dio un vuelco en el pecho. Algo iba mal, muy mal. Sus propios rasgos habían cambiado. El poderoso mentón, orgullo y distinción de la familia, ahora era puntiagudo. La nariz se había reducido, al igual que el entrecejo. Sus labios eran más gruesos. Su vello facial, inexistente. El de la cabeza crecía en todas direcciones. Las delicadas manos no podían sostener el peso de la escopeta y el candil. Caderas y pechos aumentaron su tamaño original. Finalmente, el miembro viril desapareció como una pompa de jabón. Horrorizado, gritó. Gritó como nunca nadie antes ni después. Gritó con una voz femenina que no era la suya. Todos los cristales, salvo el espejo, volaron en pedazos en varios metros a la redonda. Pensó que su grito duraría toda la eternidad, hasta que giró el cañón, lo introdujo en la boca desconocida y apretó el gatillo. Su disparo cortó el alarido en seco. Luego, silencio.

Se oyeron dos campanadas. Serían las últimas que la mujer del rostro cortado escucharía en ese lugar, mientras cada paso la alejaba más y más.



viernes, diciembre 4

Orgasmo Friki



Hablemos de Ciencia-Ficción o, como dicen los sajones, Sci-Fi. Concretamente, del manido y ya muy sobado encuentro con seres "inteligentes" de otro sistema estelar. Inteligentes porque son como nosotros, claro. Parecidos por lo menos.

La ficción ingenua ha especulado toda la vida con una hostilidad recíproca variada, desde sutiles conspiraciones en comandita con el gobierno, hasta una guerra total de apocalípticas consecuencias. Los ejemplos son incontables, pero distan mucho de un hipotético encuentro real. Porque si los visitantes fuéramos nosotros, y pusiéramos pie en otro planeta diferente al nuestro, habitado por una especie inteligente inferior, es de suponer que nuestra conciencia evolucionada nos impediría tratarlos de manera vejatoria. Por eso se dice en las pelis aquello de “cualquier especie lo suficientemente inteligente para el viaje interestelar hace mucho que hubiera renunciado a la vía de la violencia”. Lo demás es fantasía (ejem, "Independence Day"; ejem, "Avatar"). Muy divertida y estéticamente agradable, pero fantasía.


(Tranquila, nena. No creo que hayan viajado chorrocientos mil millones de años-luz para venir aquí a zurrarnos la pandereta...)


Otra vertiente, más "realista", representa a los alienígenas como hombrecillos benevolentes de excepcional inteligencia y tecnología con milenios de adelanto. Para ellos nuestro planeta es poco más que una gasolinera donde estirar los tentáculos antes de volver a la autopista interestelar. Este trato condescendiente hacia nosotros no puede enmascarar la triste realidad: el Hombre, con todo su formidable arsenal bélico, no supone peligro alguno. Una simple orden telepática enviada desde sus adorables cabecitas bastaría para implosionar el Sol y mandarnos al otro barrio. Mierda, pues los prefería hostiles y con ganas de bronca...

Por supuesto existen muchas más variantes, que incluso aglutinan a la vez ambas opciones: un repertorio armamentístico superior, pero utilizado por seres que carezcan de nuestra perspicacia, véase novelas como "Footfall" (donde los invasores utilizan una nave nodriza que a todas luces no fabricaron ellos, por lo que estaría justificado su falta de empatía con otras especies). Sucede algo similar en las películas "Distrito 9", o "Cowboys & Aliens": Humanoides primitivos blandiendo armas de destrucción masiva. Una idea aterradora. Dantesca. Y quizá no tan improbable como otras epopeyas de inspiración más o menos xenófoba:



-¿Son terroristas?

- No. Vienen... de otra parte

-¿¿Son de Europa??
-¡¡¡No, Robbie, no son de Europa!!!


Lo siento, estoy citando de memoria.

Pero vayamos un poco más allá: por probabilidad, un encuentro con otras especies afines o con suficiente grado de semejanza resulta prácticamente imposible. Ya no es sólo una cuestión de distancia, que también, sino de coexistencia temporal. De manera que si ahora mismo hubiera otra raza de seres emitiendo señales al cosmos desde su particular radiotelescopio de Arecibo, y estuvieran a una distancia de, digamos, unos 10.000 años-luz, no nos pisparíamos de su existencia hasta el año 12.000 de nuestra era. ¿Existirá la raza humana para entonces? ¿Existirán ellos si alguna vez respondemos? Pues eso. Localizar vecinos cósmicos ya resulta harto complicado. Y aunque sucediera, nuestra limitada tecnología no serviría de gran cosa para una hipotética quedada. Toca esperar, y quizá ellos nos localicen a nosotros.


En "Cita con Rama" se plantea el siguiente escenario: un cometa de origen artificial y procedencia desconocida atraviesa el sistema solar a increíble velocidad, toda vez que al superar el perihelio (mínima distancia de aproximación al Sol) seguirá su curso y no volveremos a verlo por estos pagos. Afortunadamente, estamos en el año 2.200 y pico, tenemos al menos una nave espacial en plantilla, el “Endeavour”, pululando entre las órbitas de Mercurio y Venus, con capacidad para realizar la maniobra de interceptación del artefacto. Al mando, el comandante del Endeavour responde al nombre de Norton… que para lo que importan aquí los personajes hubiera podido llamarse coronel Panda, o capitán McAfee. El bueno de Arthur C. Clarke siempre fue bastante visionario para estas cosas: patentó el satélite de telecomunicaciones y, junto con Stanley Kubrick, ya apuntó para "2001" (realizada en 1968) muchas “chuminadas”, como tarjetas de crédito y tablets que los protagonistas utilizan durante su odisea espacial. Bautizar un antivirus informático es pecata minuta.

Volviendo a Rama, no se les complica mucho la vida a los astronautas exploradores, ¿remanautas?, enfrentados a situaciones, si bien a priori peliagudas, en última instancia superables por la enorme competencia y compañerismo de la tripulación. Las virtudes de este libro como novela de aventuras son equiparables a los clásicos de Julio Verne, pues no hay tanto sensación de peligro como de asombro, ni saca partido de la claustrofóbica tesitura que supone encontrarse a millones de kilómetros de la ayuda más cercana. No obstante, Clarke vuelve a deleitarnos con otro encuentro que pone a nuestra especie con el culete al aire. Como dijo Kubrick: “lo aterrador del Universo no es que éste resulte hostil, sino que resulte indiferente”. Que el ciclópeo Rama siga su camino ajeno a la voluntad del hombre, abandonado por sus creadores, quizá, en un acto despreocupado similar a lanzar una colilla en las inmediaciones del hormiguero del parque, no puede ser contemplado sino como demostración definitiva de indolencia universal.

(No tiene nada que ver con ninguna escena del libro, pero mola esta portada)

Por su parte, "Tras el Incierto Horizonte" muestra una peripecia bastante más elaborada, pero, en el fondo, de conclusiones similares. Lo protagoniza la civilización Heechee, especie alienígena que desapareció de nuestro sistema hace 800.000 años dejando tras de sí restos de tecnología inmune al paso del tiempo, principalmente cientos de pequeñas naves atracadas en un asteroide cercano a Mercurio y capaces de desplazarse en semanas de un punto a otro de la galaxia. Si tan sólo supiéramos cómo funcionan… Este libro es secuela de la anterior "Pórtico", novela brillante en su apabullante capacidad de sugerencia. Ahora se trata de explicar lo inexplicable, el misterio de los Heechee que, ya desde su mismo planteamiento, los efectos que tiene sobre la vida de la gente de Pórtico, es algo que no necesita explicación. Frederick Pohl lo intenta y no sale demasiado bien parado del envite.

En esta segunda parte tenemos un poco de todo, y para todos los gustos: acción aventurera en la expedición a la Factoría Alimentaria, extraño artilugio en órbita más allá de Plutón y que podría terminar con el hambre en la Tierra. Un poco de romance, cuando la mujer del protagonista se desgracia en un accidente de penosas consecuencias. Y un mucho de palabrería, palabrería relativista y peroratas, continuas peroratas -a cargo de programas informáticos que asesoran al héroe- sobre el misterio revelado. Vendría a resumirse como que los Heechee están alterando el Universo para hacerlo un lugar mejor. Hasta ahí bien, pero no cuentan gran cosa con nosotros y el resto de rezagados. Se supone que, una vez alcancemos determinado grado de desarrollo como para localizar y comprender sus trastos abandonados, podremos reunirnos con ellos en su pequeña fiesta dentro del corazón de la galaxia, aunque tampoco es algo que les importe demasiado. Todo es relativo (literalmente) cuando vives dentro de un Agujero Negro Supermasivo y el tiempo pasa tan despacio que eres prácticamente inmortal.

No me ha disgustado, pero creo que al autor de Pórtico hay que pedirle más, mucho más.


viernes, marzo 23

La Torre Oscura, de Stephen King (libros I a III)



"Imploro tu perdón, pistolero"

Roland de Gilead



Huelga decir quién es Stephen King y la influencia que ha ejercido -todavía ejerce- su obra, incluso en personas no aficionadas a la lectura. Muchas novelas del autor de Maine han sido adaptadas al cine, demasiadas veces con resultados decepcionantes. En general, respetando escrupulosamente sus argumentos, pero descuidando sobremanera el potencial visual y/o narrativo de estas historias. A menudo me he preguntado quién hubiera sido el cineasta, oficial u oficioso, idóneo para el cargo, y la respuesta es siempre la misma: John Carpenter. Y es que, como veremos más adelante, la influencia mutua que existe entre escritor y director resulta más que evidente.


Sólo hay un problema: el único punto en que sus carreras han confluido es en la interesante -y poco más- "Christine", una película con secuencias sugerentes, poderosas incluso, aunque todavía lejos de las perturbadoras imágenes que la lectura del libro consigue evocar. Muchos otros cineastas también lo han intentado, con desigual fortuna, pero hasta en sus adaptaciones más celebradas ("El Resplandor", "Misery"), apenas se atisba el dolor, la profunda desesperanza, la arrasadora soledad que padecen los personajes de King, como si su mundo interior, la coraza psicológica que les sirve de refugio, estuviera separada varios miles de años-luz del resto de la humanidad.


La gran tragedia de los ocupantes de estas páginas, surge precisamente de esa incomprensión generalizada por parte del contexto que les rodea y que, al mismo tiempo, les oprime y les deniega ayuda. Ya sea enfrentándose a una amenaza sobrenatural, que a simple inquina humana. Para el caso, ambas con idéntico poder destructivo.



LA TORRE OSCURA

Por descontado, King siempre ha confiado en el poder evasivo de su literatura, más allá de que los resultados le hayan acompañado. Tiene novelas irregulares, o directamente muy flojas, pero, por fortuna, las tres primeras entregas de The Dark Tower no pertenecen a este grupo. Considerado su proyecto más ambicioso hasta la fecha (lo cual no es baladí, viniendo del autor de obras mastodónticas como Apocalipsis o It), refleja la peripecia del pistolero Roland en su particular búsqueda de la susodicha torre, a través de un páramo de pesadilla que, salvo intervención del protagonista, terminará por colapsarse, arrastrando en su caída a toda la creación. Para cumplir su misión y su destino, Roland deberá reclutar a otras personas, y formar así una compañía que le ayude a enfrentar los innumerables peligros que se avecinan.




The Dark Tower: The Gunslinger




La imagen del desierto como purgatorio definitivo. Roland, el último pistolero de una gloriosa estirpe, cruza este erial sin nombre en pos de un misterioso personaje: el hombre de negro. ¿Quién es y por qué está siendo perseguido por nuestro protagonista? ¿Qué sabe? ¿Cuánto sabe? ¿La información que posee tendrá un precio?

El primer volumen de la saga, es también el más corto (apenas 300 páginas en letra de buen tamaño) y constituye tanto aperitivo como compendio de trama, mitología y escenarios utilizados a lo largo de ésta. King recurre, y así lo reconoce en el prólogo, al Leone más descarnado y visceral, el de las populares "La muerte tenía un precio" y "El bueno, el feo y el malo", aunque también puede identificarse cierta nostalgia presente en la posterior "Érase una vez en América", sobre todo en los pequeños flashbacks en que Roland rememora Gilead, su antigua patria ya desaparecida. El mundo de Roland está viejo, sucio y polvoriento... con excepciones. Y esas excepciones, esos anacronismos que de vez en cuando hacen acto de presencia en su mundo, marcan irremediablemente el camino del pistolero.


He leído este libro en dos ocasiones, la última el pasado verano, y debo reconocer que mantiene su magia intacta. Cualquier aficionado al fantástico disfrutará con la labor de King en la descripción de ambientes y personajes, desde el fantasmagórico pueblo de Tull y sus calles de tierra, su mezcla de taberna y saloon propio de far west, sus harapientos habitantes; pasando por la desolada estación de paso, un punto en la inmensidad del desierto; hasta el clímax bajo las montañas, en las entrañas de una maravillosa, a la par que terrorífica, mina abandonada (con vagoneta sobre raíles incluida). Todo está tratado con mimo y admirable sencillez, pero sin hacer concesiones al lector. Al igual que en la famosa trilogía de Tolkien, la misión no estará exenta de penosos sacrificios, tan crueles como indispensables para despejar el camino hacia la torre...




The Dark Tower: The Drawing of the Three

Sin duda la más arriesgada de las tres primeras partes que llevo leídas de esta saga. King pone todas las cartas sobre la mesa, en un triple salto mortal sin red que nos revela la verdadera naturaleza del decadente Mundo Medio: una especie de encrucijada cósmica, por la que circulan y se conectan entre sí miles de universos, incluyendo el nuestro. Roland debe visitar la ciudad de Nueva York en tres momentos distintos del pasado (los 80s; los 60s; y los 70s, por ese orden) para conseguir la ayuda que necesita en su búsqueda de la Torre Oscura. Tarea, la de atraer y retener a estas personas en su marchita dimensión, que nunca le resultará fácil, con el inconveniente añadido de que Roland permanecerá gravemente enfermo a lo largo de casi todo el libro. Otra prueba más para su determinación inquebrantable.



Con una estructura sencilla, basada en las tres puertas que Roland necesita cruzar, y lo que acontece tras ellas, se trata quizá del volumen más irregular de todos, el que contiene los mayores aciertos, las soluciones narrativas más audaces, aunque también los pasajes más susceptibles de impacientar al lector. Tanto en unos como en otros, se aprecian las virtudes de King como narrador casi cinematográfico a la hora de relatar apoteósicas escenas de acción (a destacar el salvaje tiroteo en la guarida del mafioso Balazar, o la odisea del pistolero para conseguir munición, con la policía pisándole los talones), pero también la enervante manía de este escritor por describir cualquier acontecimiento con pelos y señales, hasta los menos vigorosos y emocionantes. Puede que este desprecio por la síntesis descriptiva sea lo que, a la postre, engorde de manera desmesurada la mayoría de sus obras. De longitud excesiva para lo que cuenta, La Torre Oscura II no supone excepción a la regla.


The Dark Tower: The Wastelands





...y llegamos a la última parte del tríptico, con Roland y sus nuevos compañeros, Eddie y Susannah, ya casi familiarizados con Mundo Medio. Sin embargo, la compañía tolkeniana, aquí denominada 'ka-tet', sigue incompleta: uno de sus miembros, el más importante después del propio Roland, se encuentra en Nueva York, atrapado entre ambos mundos. Una vez liberado o, mejor dicho, renacido (con Eddie y Roland en el papel de comadronas, y Susannah escenificando una siniestra parodia del parto), el ka-tet emprende su camino, que pasa por la ciudad de Lud, frontera definitiva entre Mundo Medio y Mundo Final.

A través de las tierras baldías, King retoma la historia del pistolero de manera inmejorable, en un crescendo aventurero que aúna las virtudes y pule parte de los defectos presentes en las entregas anteriores. Haciendo uso de un gran sentido de la maravilla (o 'sense of wonder'; el que permite a los mejores creadores llevar al límite las reglas de su propio universo), King introduce de nuevo elementos anacrónicos, extraños, a la época de Roland, pero que remiten indudablemente al imaginario 'fantastique' más bizarro y sugerente: el enorme cyborg que se hace pedazos, sus peligrosos lacayos mecánicos, el misterioso portal cúbico que marca el camino del Haz... todo ello tamizado por los implacables estragos del tiempo. Imágenes sobre tecnología antiquísima e incomprensible, que recuerdan vagamente a los despojos de la iniciativa Dharma en Lost, reconocida por el propio escritor como una de sus series favoritas.



Tan particular mitología es completada con un precioso homenaje al cine de John Carpenter mediante Lud, trasunto de urbe post-apocalíptica que remite a "1997: Rescate en Nueva York". Roland y sus amigos deben sortear toda clase de peligros, humanos y hasta mecánicos, para alcanzar su objetivo. Como en la mayoría de novelas de King, se le puede achacar el dirigir voluntariamente la trama hacia un "inevitable" clímax final de larga duración, si bien en este caso no hay tanta diferencia entre el desenlace y los demás momentos climáticos, repartidos a lo largo del libro. En mi opinión, el mejor de la trilogía.



Un año de estos, hablaremos de la cuarta y quinta parte...



lunes, marzo 5

Peli de evasión: THE ARTIST. ¿Es David Guetta un artista?




Situándome en un punto equidistante, puedo entender a ambos grupos de presión; tanto a partidarios (los más) como detractores (los menos, pero cuya opinión me parece igualmente valiosa). Para con los primeros, estoy de acuerdo en que la cinta se beneficia de excelentes interpretaciones, y contiene un par de secuencias, como la pesadilla del sonoro (de una audacia descomunal), brillantísimas, que justifican el pago de la entrada. Junto a los segundos, soy de la opinión de que ésto no es cine mudo ni de lejos, como tampoco lo eran películas tipo "El guateque" o "Mi tío", sino que coge lo mejor de las formas expresivas previas a la llegada del cine hablado y las utiliza en beneficio propio para homenajearlas. Lima las asperezas de las películas mudas, hoy impensables por mero avance de la técnica, para ofrecer algo distinto. Es cine de estudio, nunca mejor dicho; de laboratorio. Con todo lo bueno y lo malo que ello implica.

Por otro lado, si bien el contexto histórico en que se desarrolla la historia de George Valentin me parece muy ingenioso, y bastante acorde con el lenguaje cinematográfico empleado, también la vieja peripecia de ascenso y caída, todo un subgénero en sí misma, me parece igualmente socorrida. La decadencia de Valentin, personal y profesional, se muestra sin subrayados ni estridencias, pero estas mismas notas ya se han tocado anteriormente infinidad de veces. Como el desenlace; no por adecuado, menos familiar para cualquier cinéfilo que se precie.


Nota: 6+/10. Al igual que he dicho en alguna ocasión, nada que objetar a su interesante propuesta, pero tampoco nada que la haga destacar por encima de su estudiada redondez y capacidad de epatar con el 99% de la humanidad.