sábado, julio 2

STAR WARS (episodios I, II y III): ¿República para qué...?



Hoy día, las películas de Star Wars tienen la consideración de cualquier otra cinta de multisalas en que las cuentas tienen que cuadrar para facturar la siguiente entrega. No siempre fue así, con unos comienzos, si no modestos, todavía bastante lejos de los descomunales beneficios actuales. Se podría afirmar, incluso, que la peripecia galáctica de George Lucas empezó como cine aventurero de autor. Continuó surcando el cosmos, esquivando los meteoritos arrojados por el fan indignado hasta que, finalmente, acabó estrellándose sobre un planeta de billetes con la cara de Mickey Mouse, al vender los derechos a la compañía del ratón por la morterada padre.

Sin embargo, las nuevas generaciones de cineastas, directores y guionistas no han cumplido -ni cumplen, ni probablemente cumplirán- lo que se esperaba de ellos. Llevamos hasta ahora cinco películas bajo la batuta de Disney y, salvo hallazgos fortuitos de muy escaso recorrido, la sensación general es de una mediocridad aplastante: de contenido, de ideas, de sentido de la aventura, de imaginación... de todo.

LOS ORÍGENES DE STAR WARS: EPISODIOS IV-V-VI


De esta primera trilogía, que empezara en el muy muy lejano 1977 sin visos de continuar, se ha escrito de todo, así que no me detendré demasiado en analizarla. A todo el mundo le resulta familiar el comienzo "in media res", con la nave diplomática perseguida implacablemente por el inmenso destructor imperial; la fuga de la pareja de androides; la llegada al desértico Tatooine; etc. En este planeta insignificante en el borde de la galaxia comienzan las peripecias de la familia Skywalker. Humildes granjeros de humedad que no se meten en política y van a lo suyo, intentando ganarse la vida en mitad de ninguna parte.


La primera dialéctica que plantea Lucas es precisamente entre esta “gente de frontera” y el malvado imperio, en una reivindicación del espíritu pionero, de los colonos del Far West y demás buscavidas que no quieren saber nada de la perversa civilización que representan Darth Vader y los stormtroopers. Ahora bien; existe una fuerza benigna, una Rebelión, que apuesta por un orden galáctico mejor y más humano en el que la Verdad, la Justicia y la Democracia se impongan a la tiranía...


...pero el emperador Palpatine mantiene la galaxia unida a través del miedo, y su arma secreta y fuente de poder disuasorio es la colosal Estrella de la Muerte, con capacidad para hacer explotar un planeta de un solo disparo. Si esta formidable arma de destrucción masiva resultara neutralizada, el Bien estará más cerca de la victoria.


Lucas no necesita más elementos para dar forma a su poema épico, ni tampoco los echamos en falta. Estas películas, no siempre perfectas, ofrecen una gama de sentimientos y emociones primarios, de avances técnicos en forma de imágenes y sonidos imposibles, de sentido de la maravilla como pocas veces se ha visto en una pantalla. Mosquea bastante que ahora Disney, a la que se lo han dado todo hecho, venga adjudicándose el mérito de no se sabe muy bien qué. ¿Ganar mucho dinero? ¿Meter atracciones de Star Wars en Disneylandia...?


Porque antes de los últimos episodios, se hicieron otras tres películas sobre el mismo universo, las -muy- criticadas precuelas. Y las comparaciones son odiosas, como mínimo en cuanto al contexto sociopolítico y cómo este influye en la historia que se pretende contar. La visión de Lucas, su descripción de una democracia en decadencia, aunque rudimentaria, es infinitamente más valiosa que los pobres intentos de J.J. Abrams y Rian Johnson por resucitar a Luke y su cadavérica rebelión. Nunca sabremos qué habrían hecho otros cineastas más valientes y originales. Conocemos, no obstante, lo que hizo Lucas. Y sus críticos, también; mal que les pese.





EPISODIO I: LA AMENAZA FANTASMA


Paradójicamente -o no tanto-, lo que amenaza la república galáctica es una de sus principales instituciones: la federación de comercio. Sin especular demasiado, podemos deducir que el territorio a controlar por la administración republicana es tan enorme que necesita delegar parte de su poder en corporaciones y entes autónomos, para realizar funciones tan básicas como recaudar impuestos. Eso explicaría por qué la federación dispone de una fuerza bélica disuasoria contra todo aquél que no cumpla con el fisco. A partir de ahí, las derivadas pueden ser infinitas: sobornos, abuso de poder, canales múltiples de influencia política y, finalmente, un pequeño estado dentro -y al margen- del estado republicano, al que debería fidelidad solo en apariencia. Y en este contexto hacen su entrada dos embajadores jedi del Canciller Supremo, enviados por la república para dialogar… consigo misma.


¿Qué papel juega el Consejo Jedi en una suerte de estado galáctico en el que impera la corrupción administrativa por doquier? No solo por mantener delegaciones en franca rebeldía contra la república misma; también por permitir la existencia de clanes mafiosos en sistemas estelares periféricos (los Hutt de Tatooine), contrabandistas como Han Solo, traficantes de drogas (un camello llega a ofrecer mercancía a Obi-Wan antes de que este lo despache jocosamente en el episodio II) y hasta oscuros cazadores de recompensas al servicio de intereses todavía más oscuros. No se puede decir que esta república burocratizada, que encima cede toneladas de soberanía a cambio de nada, sea un dechado de buen gobierno, por lo que los honorables, incorruptibles y absolutamente neutrales caballeros jedi constituyen una rareza. La insurrecta federación decide acabar con los embajadores que amenazan sus intereses en Naboo, planeta menor y uno de tantos extorsionados a nivel impositivo.


Pero hete aquí que escapan sanos y salvos, porque son muy poderosos. La república sigue siendo muy poderosa, al menos en esta primera entrega. Sus cimientos todavía no están socavados del todo, tarea a la que los villanos se encomendarán, con armas y bagajes, a lo largo de esta trilogía. Y usarán en su beneficio la principal flaqueza de los jedi, talón de Aquiles que comparten con la democracia que defienden: creerse infalibles. La arrogancia del justo, del condescendiente. ¿Cómo concebir la existencia de alguien tan astuto para subvertir las reglas del juego democrático en provecho propio? ¿Y en nuestras narices? ¡Por favor! ¡Si la democracia es infalible, no se equivoca nunca! Lo sabe todo el mundo, ¿no...?





EPISODIO II: EL ATAQUE DE LOS CLONES


Pues no. La democracia no es perfecta. No existen hombres perfectos, ni sistemas perfectos creados por el hombre; solo existen ideales de verdad, justicia y democracia perfectos. En esta entrega, ambientada 10 años después, observamos cómo la semilla plantada por la federación ha dado sus frutos en cuanto a progresiva degeneración del gobierno republicano. Nada más empezar la película y alejarse las letras en el vacío, se produce un atentado contra la senadora Amidala, que sale ilesa a costa de la muerte de varios miembros de su séquito. Lo que antes se hacía a través de subterfugios y fuera del foco, ahora se hace a plena luz. ¿Para qué silenciar la oposición a base de impuestos o derrotas en los tribunales, cuando puedes acabar con ellos de un bombazo? La dialéctica entre rivales por el poder se hace más corpórea. Uno puede llamar a estas facciones jedis o caballeros sith, fascistas o antifascistas, eso da igual. Son solo palabras. Lo que de verdad importa, es que en la oposición y el olvido se pasa mucho frío.


Para su protección, Amidala es escoltada de vuelta a Naboo, acompañada esta vez de Anakin Skywalker, un verso suelto dentro del ecosistema jedi. En la conversación más interesante de la película, y puede que de la trilogía, Skywalker argumenta que la democracia que representa el Senado no funciona, que la gente protesta por todo y muchas veces incluso contra sus propios intereses. Amidala replica que el pueblo tiene derecho a equivocarse, en eso consiste ser un demócrata, pero Anakin reincide en su pragmatismo de no dejar las decisiones más importantes en manos de incompetentes. Se necesita un liderazgo fuerte y sabio, y el que no esté de acuerdo, a esparragar, a coger amapolas al campo de Naboo esquina ciudad submarina de los Gun-Gan. La senadora lo deja correr, quizá porque resta importancia a la impulsiva y pasajera fiebre autoritaria de su futuro marido, quizá porque considera inconcebible que un sistema como el republicano pueda engendrar el veneno de la dictadura.


Sea como fuere, la opinión de Skywalker no surge de la nada o del vacío del espacio profundo, sino que presenta una correa de transmisión con una realidad material: La verdad hay que mimarla para que no decaiga. La justicia hay que ejecutarla en tiempo y forma. Y la democracia, en fin, hay que defenderla a sangre y fuego. Con sangre de inocentes. Con fuego nuclear. Una democracia que se autoengaña sobre esto es solo una cosa amorfa que hay entre dos dictaduras. Es lo que pasa por confundir la ética con la política, facilitando así el ascenso de Palpatine. Pero dejemos eso para el último episodio.





EPISODIO III: LA VENGANZA DE LOS SITH


En esta entrega, la más espectacular y emocionante de la trilogía, quiero dar un salto hacia delante y llegar a la parte más dramática, cuando un renegado Skywalker asalta el templo Jedi y arrasa con todo para defender la república de sus antiguos compañeros de armas (en realidad para entregarle el imperio en bandeja de plata a su nuevo amo Palpatine). Recuperemos la idea de que la ética debería ir de la mano de la política, y a veces ocurre así, pero otras están en puntos opuestos del escenario. Un buen ejemplo lo encontramos en los aprendices de jedi asesinados por los sith: enviar chiquillos al matadero no es ético y, por tanto, no es una política deseable para las democracias liberales... salvo cuando está en juego la supervivencia del estado. De poco sirve la superioridad moral si sales derrotado en el tablero político.


La perdición del régimen republicano fue pensar que con eso bastaba; que mientras el edificio moral se mantuviera en pie, las condiciones materiales se arreglarían por sí solas, pero hemos visto que esto es un idealismo, y lo que verdaderamente funciona es todo lo contrario. Podemos permitirnos el lujo de un poquito de ética en nuestras vidas siempre que se den las condiciones materiales para ello. No hay ética sin política, pero puede haber política sin ética.


A modo de conclusión, decir que el contexto de estas tres películas va bastante más lejos que la fantasía épica de la primera trilogía, e infinitamente más allá de la fantasía random de la última trilogía, en la que no se entiende absolutamente nada sobre la dialéctica del poder ni tampoco nos interesa lo más mínimo, porque son buenos muy buenos y malos muy malos en compartimentos estancos, flotando en la nada.


En cambio, la caída de Anakin y la transformación de su mundo en el imperio galáctico son producto de una dialéctica entre concepciones del poder que actúan como motor de cambio y, quizá, progreso. Queda para la reflexión personal si la política del emperador Palpatine supuso un avance material con respecto a la anterior etapa republicana y democrática. Desde luego bajo su mando la soberanía imperial no se regala. Y en los astilleros espaciales tampoco faltaría trabajo. No es demócrata quien quiere, sino quien puede.