lunes, mayo 15

La Torre Oscura IV: Stephen, por el amor de Dios... la novela romántica no es lo tuyo


(En la versión para pantalla grande tú no me acribillas, mocoso...)

ATENCIÓN: MUCHOS SPOILERS. A MENOS QUE NO TE IMPORTE LA VIVISECCIÓN DE UN PETARDO DE LIBRO, NO SIGAS A PARTIR DE AQUÍ.

La verdad por delante, no todo resulta un manual de cursilería digno de Corín Tellado. Las primeras páginas son bastante buenas, pero ello se debe a que continúan donde terminó The Wastelands, uno de los mejores relatos de aventuras que haya escrito King en su vida. Para no entrar en demasiados detalles, apuntar que los protagonistas se encuentran a merced de Blaine, "demonio" y auténtico cabronazo dispuesto a aniquilarlos si no participan en su mortal concurso de adivinanzas.

Superada la confrontación, el grupo de elegidos ka-tet (Eddie, Susannah, Jake y el pistolero Roland), deambula por un desolado estado de Kansas alternativo, destruido al parecer por una epidemia. Sobre este lugar, junto a una vieja carretera repleta de vehículos abandonados, es donde Roland elige dar inicio al relato de su azarosa búsqueda de la jodida, mil veces maldita, Torre Oscura. Días lejanos cuando nuestro héroe y otros dos imberbes muchachos abandonan su madre patria, Gilead, para adentrarse en el Salvaje Oes... Mundo Medio.

ROLAND BEGINS: PEÑAZO QUE NO SALTA UN NO PAYO

Además de Cuthbert y Alain, infinitamente menos interesantes que sus actuales compañeros, se dan cita otros tres roles que marcan a fuego los primeros pasos de Rolando. Por orden de aparición, como en las películas: Eldred Jonas, el malnacido bastardo némesis del protagonista, gotoso de una pierna, bigotazo y largos cabellos plateados. De ahí que tuviera en mente a Lee Marvin, cuya foto encabeza esta entrada, mientras bostezaba leyendo. Casi a continuación, aparece Rhea de Cöös, la brujita avería de los cupones de navidad, con bola de cristal, gato mutante de seis patas y el chiribiqui más seco que una pasa salvo cuando se humedece al maquinar maldades, jijji... Por último, el verdadero cáncer de esta trágica historia, por demás aburrida y previsible hasta el hartazgo: la señorita Susan Delgado.

En efecto, se trata del interés romántico de Roland, que aúna en su ser todos los tópicos de los protagonistas femeninos pluscuamperfectos. Qué cosa más insufrible, rediós. Página tras página, tras página, para contar con pelos y señales algo que sabemos cómo terminará (muy mal, loada sea la Torre) desde el primer minuto. Gracias, Stephen. Nos ha quedado clarinete que esto no es lo tuyo, y aquí rindo homenaje a Santiago Bergantiños -del blog La Realidad Estupefaciente- con uno de sus mantras: Manolete, si no sabes, pa qué te metes.

(Susan Delgado, florero casi perfecto. Años después vi a Evan Rachel Wood en la serie Westworld y me pareció un calco crecidito del personaje de King)

Con lo que tenemos media docena de personajes para la friolera de ¡novecientas! estiradísimas páginas, pues todos los demás no pasan de mero atrezo del polvoriento lugar frecuentado por héroes, villanos, víctimas y verdugos. El pueblo de frontera como escenario, ya visto en la primera parte de la saga, y la comunidad cerrada con su sempiterna desconfianza hacia los forasteros, tan frecuentada por el autor a lo largo de su obra. Para King, la novedad es cambio, y el cambio nunca es a mejor.

Pero nada fluye en esta novela como debería. Ni Jonas es un rival digno del pistolero, ni la mefistofélica hechicera aporta gran cosa a la trama salvo hacernos añorar personajes como la perturbada Annie Wilkes de Misery... ni por supuesto el sublime amor de Roland, Susan, importa un comino porque no parece creíble. Y se nota demasiado que su participación está ahí para cimentar el carácter cínico y descreído del protagonista, que casi enloquece al enterarse de la ejecución de su amada en la hoguera y no haber podido salvarla. Otras novelas, como la excelente 22/11/63, ofrecen una coprotagonista sólida y con personalidad propia, autonomía o, por lo menos, su funcionalidad no resulta tan evidente.

EPÍLOGO: MAGO DE OZ DE HACENDADO

Los polvos del pasado en Mundo Medio se desvanecen, mientras retornamos al Mundo Final del Roland maduro en Kansas. La carretera termina a las puertas de un inmenso palacio color esmeralda. Por desgracia, de la mediocridad de las hazañas de juventud no se libra ni el desenlace en tiempo presente, que cierra cabos con la tercera entrega de manera muy poco afortunada, haciendo guiños a Dorothy en el camino de baldosas amarillas. Llegamos a este punto aliviados de que el puñetero libro termine, maldiciendo el haber sido completistas con un cuarto episodio que no solo no suma, sino incluso resta y supone un bajón de calidad con respecto a los anteriores. Pero en este blog somos así: puntillosos y críticos con conocimiento de causa.

Hasta el extremo que ahora estoy releyendo Salem's Lot, únicamente porque en la quinta parte de La Torre Oscura (o eso promete la contraportada) sale también el padre Callahan: secundario carismático al que los vampiros que asolan la población de Jerusalem's Lot mandan al otro barrio, esquina octavo círculo del infierno, pero lo que para nosotros sería la Divina Comedia, Roland lo llama hogar. Así se las gasta el Clint Eastwood del multiverso.