viernes, diciembre 4

Orgasmo Friki



Hablemos de Ciencia-Ficción o, como dicen los sajones, Sci-Fi. Concretamente, del manido y ya muy sobado encuentro con seres "inteligentes" de otro sistema estelar. Inteligentes porque son como nosotros, claro. Parecidos por lo menos.

La ficción ingenua ha especulado toda la vida con una hostilidad recíproca variada, desde sutiles conspiraciones en comandita con el gobierno, hasta una guerra total de apocalípticas consecuencias. Los ejemplos son incontables, pero distan mucho de un hipotético encuentro real. Porque si los visitantes fuéramos nosotros, y pusiéramos pie en otro planeta diferente al nuestro, habitado por una especie inteligente inferior, es de suponer que nuestra conciencia evolucionada nos impediría tratarlos de manera vejatoria. Por eso se dice en las pelis aquello de “cualquier especie lo suficientemente inteligente para el viaje interestelar hace mucho que hubiera renunciado a la vía de la violencia”. Lo demás es fantasía (ejem, "Independence Day"; ejem, "Avatar"). Muy divertida y estéticamente agradable, pero fantasía.


(Tranquila, nena. No creo que hayan viajado chorrocientos mil millones de años-luz para venir aquí a zurrarnos la pandereta...)


Otra vertiente, más "realista", representa a los alienígenas como hombrecillos benevolentes de excepcional inteligencia y tecnología con milenios de adelanto. Para ellos nuestro planeta es poco más que una gasolinera donde estirar los tentáculos antes de volver a la autopista interestelar. Este trato condescendiente hacia nosotros no puede enmascarar la triste realidad: el Hombre, con todo su formidable arsenal bélico, no supone peligro alguno. Una simple orden telepática enviada desde sus adorables cabecitas bastaría para implosionar el Sol y mandarnos al otro barrio. Mierda, pues los prefería hostiles y con ganas de bronca...

Por supuesto existen muchas más variantes, que incluso aglutinan a la vez ambas opciones: un repertorio armamentístico superior, pero utilizado por seres que carezcan de nuestra perspicacia, véase novelas como "Footfall" (donde los invasores utilizan una nave nodriza que a todas luces no fabricaron ellos, por lo que estaría justificado su falta de empatía con otras especies). Sucede algo similar en las películas "Distrito 9", o "Cowboys & Aliens": Humanoides primitivos blandiendo armas de destrucción masiva. Una idea aterradora. Dantesca. Y quizá no tan improbable como otras epopeyas de inspiración más o menos xenófoba:



-¿Son terroristas?

- No. Vienen... de otra parte

-¿¿Son de Europa??
-¡¡¡No, Robbie, no son de Europa!!!


Lo siento, estoy citando de memoria.

Pero vayamos un poco más allá: por probabilidad, un encuentro con otras especies afines o con suficiente grado de semejanza resulta prácticamente imposible. Ya no es sólo una cuestión de distancia, que también, sino de coexistencia temporal. De manera que si ahora mismo hubiera otra raza de seres emitiendo señales al cosmos desde su particular radiotelescopio de Arecibo, y estuvieran a una distancia de, digamos, unos 10.000 años-luz, no nos pisparíamos de su existencia hasta el año 12.000 de nuestra era. ¿Existirá la raza humana para entonces? ¿Existirán ellos si alguna vez respondemos? Pues eso. Localizar vecinos cósmicos ya resulta harto complicado. Y aunque sucediera, nuestra limitada tecnología no serviría de gran cosa para una hipotética quedada. Toca esperar, y quizá ellos nos localicen a nosotros.


En "Cita con Rama" se plantea el siguiente escenario: un cometa de origen artificial y procedencia desconocida atraviesa el sistema solar a increíble velocidad, toda vez que al superar el perihelio (mínima distancia de aproximación al Sol) seguirá su curso y no volveremos a verlo por estos pagos. Afortunadamente, estamos en el año 2.200 y pico, tenemos al menos una nave espacial en plantilla, el “Endeavour”, pululando entre las órbitas de Mercurio y Venus, con capacidad para realizar la maniobra de interceptación del artefacto. Al mando, el comandante del Endeavour responde al nombre de Norton… que para lo que importan aquí los personajes hubiera podido llamarse coronel Panda, o capitán McAfee. El bueno de Arthur C. Clarke siempre fue bastante visionario para estas cosas: patentó el satélite de telecomunicaciones y, junto con Stanley Kubrick, ya apuntó para "2001" (realizada en 1968) muchas “chuminadas”, como tarjetas de crédito y tablets que los protagonistas utilizan durante su odisea espacial. Bautizar un antivirus informático es pecata minuta.

Volviendo a Rama, no se les complica mucho la vida a los astronautas exploradores, ¿remanautas?, enfrentados a situaciones, si bien a priori peliagudas, en última instancia superables por la enorme competencia y compañerismo de la tripulación. Las virtudes de este libro como novela de aventuras son equiparables a los clásicos de Julio Verne, pues no hay tanto sensación de peligro como de asombro, ni saca partido de la claustrofóbica tesitura que supone encontrarse a millones de kilómetros de la ayuda más cercana. No obstante, Clarke vuelve a deleitarnos con otro encuentro que pone a nuestra especie con el culete al aire. Como dijo Kubrick: “lo aterrador del Universo no es que éste resulte hostil, sino que resulte indiferente”. Que el ciclópeo Rama siga su camino ajeno a la voluntad del hombre, abandonado por sus creadores, quizá, en un acto despreocupado similar a lanzar una colilla en las inmediaciones del hormiguero del parque, no puede ser contemplado sino como demostración definitiva de indolencia universal.

(No tiene nada que ver con ninguna escena del libro, pero mola esta portada)

Por su parte, "Tras el Incierto Horizonte" muestra una peripecia bastante más elaborada, pero, en el fondo, de conclusiones similares. Lo protagoniza la civilización Heechee, especie alienígena que desapareció de nuestro sistema hace 800.000 años dejando tras de sí restos de tecnología inmune al paso del tiempo, principalmente cientos de pequeñas naves atracadas en un asteroide cercano a Mercurio y capaces de desplazarse en semanas de un punto a otro de la galaxia. Si tan sólo supiéramos cómo funcionan… Este libro es secuela de la anterior "Pórtico", novela brillante en su apabullante capacidad de sugerencia. Ahora se trata de explicar lo inexplicable, el misterio de los Heechee que, ya desde su mismo planteamiento, los efectos que tiene sobre la vida de la gente de Pórtico, es algo que no necesita explicación. Frederick Pohl lo intenta y no sale demasiado bien parado del envite.

En esta segunda parte tenemos un poco de todo, y para todos los gustos: acción aventurera en la expedición a la Factoría Alimentaria, extraño artilugio en órbita más allá de Plutón y que podría terminar con el hambre en la Tierra. Un poco de romance, cuando la mujer del protagonista se desgracia en un accidente de penosas consecuencias. Y un mucho de palabrería, palabrería relativista y peroratas, continuas peroratas -a cargo de programas informáticos que asesoran al héroe- sobre el misterio revelado. Vendría a resumirse como que los Heechee están alterando el Universo para hacerlo un lugar mejor. Hasta ahí bien, pero no cuentan gran cosa con nosotros y el resto de rezagados. Se supone que, una vez alcancemos determinado grado de desarrollo como para localizar y comprender sus trastos abandonados, podremos reunirnos con ellos en su pequeña fiesta dentro del corazón de la galaxia, aunque tampoco es algo que les importe demasiado. Todo es relativo (literalmente) cuando vives dentro de un Agujero Negro Supermasivo y el tiempo pasa tan despacio que eres prácticamente inmortal.

No me ha disgustado, pero creo que al autor de Pórtico hay que pedirle más, mucho más.